EL OFICINISTA ( Fanau, Cuentos) a propuesta de nuestro mago ilusionista


De nuevo hacia la oficina. Otro día más en la rutina, como tantos otros pasados y los que le esperaban. Su vida era un desierto existencial, carente de expectativas o sobresaltos. Llegaba el primero, abría las puertas, encendía las luces y las máquinas y ocupaba su puesto antes de que comenzasen a llegar los demás. Trataba de llegar en punto, incluso tarde, pero no lo conseguía. Demasiados años de rutina. Se despertaba justo antes de que el despertador sonase y lo paraba. Ducha, desayuno, ajustar la corbata, coger las llaves del coche, conducir por el mismo tramo de carretera, aparcar en el sitio de siempre… Su mente consciente apenas tenía papel alguno.
Su carácter, ya de por si reservado y poco social, se había vuelto retraído, taciturno, intolerante… Le molestaba el ruido, las risas, el movimiento, las interrupciones, la presencia de los demás…
También odiaba su despacho, aquel espacio aislado pero no privado. Un cubículo abierto en el que estaba solo pero a la vista de los demás, como en un escaparate. Allí no existía la privacidad y su espacio vital estaba demolido. No había ni un detalle personal, era un espacio eficientemente ordenado, anodino y estéril.
Era demasiado correcto para holgazanear en su jornada laboral, para hacer cosas de provecho personal, o para hacer otra cosa que no fuese trabajar. Su jornada diaria estaba estrictamente estructurada, con un ritmo lento pero continuo. Cada tiempo estaba destinado a hacer una tarea, y estas se sucedían sin interrupción, de igual forma cada día.
A veces se preguntaba por la naturaleza de su trabajo. Burocracia. Le pagaban por no usar demasiado las manos ni la cabeza.

II
Un día al abrir se dio cuenta de que había un gato allí dentro. Un pequeño gatito que se había meado sobre un paquete de folios y que maullaba lastimeramente. Eso le desconcertó. Primero trató de ignorarlo, pero el animal maullaba en demanda de atención y le exasperaba. Trató de cogerlo para sacarlo fuera, pero no sabía muy bien cómo, ni por dónde. El gato, desconfiado y repentinamente huraño bufó y le arañó. El lo cogió a la fuerza y apretó hasta que oyó un crujidito. El gato estaba muerto. Eso le produjo cierta sensación de alarma. Era extraño, sabía que estaba mal, sin embargo no le disgustaba. ¿Qué podía hacer ahora? Pensó en tirarlo a la papelera, pero alguien podría verlo. Alguna mujer gritaría horrorizada y luego habría pesquisas. Tal vez si lo tiraba fuera, lejos. Pero ya era tarde, seguro que si iba hacia fuera se cruzaría con alguien. Esconderlo en su despacho no era una opción.
Entonces se le ocurrió: iría al pequeño cuarto que servía como almacén de trastos viejos y archivadores de años pasados. Podían pasar meses sin que nadie entrase allí.
El cuarto estaba oscuro, olía a rancio y a humedad. Debía darse prisa. Abrió los cajones del archivador de 1995, que sabía que estaba a medias, hasta que encontró uno vacío y metió allí el gatito. No pudo evitar mirar un rato antes de cerrar el cajón y salir, ajustando bien la puerta. Caminaba hacia su mesa cuando entró la primera persona. Se le había acelerado el pulso. Al sentarse no pudo evitar que media sonrisa asomase a su cara.
III
Durante todo el día no pudo dejar de pensar en el gato muerto encerrado en el cajón. A primera hora le asaltó el temor de que alguien necesitase repentinamente mirar un expediente de 1995, abriese el cajón y encontrase el gato muerto. Hacia media mañana se convenció de que el animal pertenecía a alguien. Alguien lo había traído a la oficina y ahora lo estaría echando en falta. Miraba a sus compañeros tratando de descifrar en su rostro si estaban buscando algo. Después de comer se preguntaba si alguien podría oler el pequeño cadáver, o si nadie estaría escuchando fantasmales maullidos.
Tenía la impresión de que si alguien veía el cadáver sabría inmediatamente que lo había matado él. Entonces le pedirían explicaciones que él no sabría dar.
Pasó todo el día en tensión, arrasado por emociones contradictorias, sin hacer nada de trabajo.
Cuando la jornada estaba a punto de concluir se dijo a si mismo que saldría puntual, como hacía siempre. No podía permitirse actuar diferente. Pero al día siguiente llegaría mucho antes, para deshacerse del animal con seguridad.
IV
De nuevo hacia la oficina. Trataba de llegar antes pero no lo conseguía. Demasiados años de rutina. Se despertaba justo antes de que el despertador sonase y lo paraba. Ducha, desayuno, ajustar la corbata, coger las llaves del coche, conducir por el mismo tramo de carretera, aparcar en el sitio de siempre. Llegaba el primero, abría las puertas, encendía las luces y las máquinas y se iba hacia el cuarto mal iluminado y sin ventanas, que olía a rancio y humedad, y ahora un poco a podredumbre, miraba un rato el gatito. Se sorprendía a si mismo evaluando cómo iba deformándose el cadáver, preguntándose cómo sería la textura blanda de carne putrefacta que se intuía bajo el amasijo de pelos. No le molestaba el olor. También lo analizaba.
Le había puesto nombre al gatito, lo llamaba 1995. Le parecía un chiste gracioso. Se imaginaba a sí mismo hablando de 1995 como si fuese un gato vivo que le perteneciese… Aunque en realidad no hablaba nunca de nada. Ponía mucho cuidado en comportarse como siempre. Pero por dentro sentía excitación. O la sintió al principio. Luego dejó de sentirla. Todo volvía a ser como antes.
V
Cuando el gato ya no era más que una masa informe y seca de pelos, cuando ya no había fascinación en mirar furtivamente el cajón intermedio de 1995, ideó un plan. Cogió los archivos de 1994 y poco a poco los fue extrayendo y pasando por la trituradora de papel. Cada día unos pocos expedientes, para que no se notase el aumento de papel. Le llevó un tiempo,pero liberó los siete cajones de 1994. Luego cogió el perro del vecino que siempre le ladraba, lo envenenó, lo llevó a la oficina y lo escondió en el cajón de abajo. No es que el perro fuese una presa interesante, era un cebo.
Un tiempo después sucedió lo que había estado esperando durante tanto tiempo. Alguien necesitó entrar en el cuarto en busca de algo. Mati entró a buscar un expediente antiguo. Él entró justo después.
- Hola Mati, ¿puedo ayudarte?
- ¡Ay! hola, me has asustado. Estoy buscando un expediente de hace dos años… – En realidad seguía asustada. Desconfiaba de él. Siempre había sabido que no confiaban en él, tanto los compañeros como los jefes. Era un valor seguro, decían, digno de admirar e imitar. Pero nadie confiaba en él.
Ahora le daba igual.
- Te ayudo.
- Claro. Aquí huele un poco mal, ¿no? Alguna rata debe haberse muerto entre todos estos trastos. Deberían limpiar… Mira, aquí está el archivador, seguro que ya puedo sola, gracias…- Pero era tarde. Se había acercado por la espalda y la golpeó fuerte en la cabeza.
VI
Fue todo un error. El cuerpo tan grande acabó oliendo demasiado. Llamó la atención de la mujer de la limpieza, que con gran horror encontró a Mati: su cabeza en el primer cajón, los brazos en el segundo, el torso en el tercero y el cuarto y las piernas en el quinto y el sexto, además del perro en el último. Siguieron buscando hasta dar con 1995… También se equivocó al creer que al ver los cadáveres todos pensarían inmediatamente en él. Tardaron bastante en llegar a la conclusión.
Aún hoy están confusos. No saben cómo ni por qué, y por mucho que lo han presionado, no parece dispuesto a hablar.


Desde Guatemala 
CESAR ILUSIONISTA